Cuando las reseñas sobre la vida de una persona se
transforman invariablemente en panegíricos, quiere decir que esa persona hizo
las cosas muy bien a lo largo de su vida. Así ocurrió tras el fallecimiento del
ilustre enólogo Don Raúl de la Mota
(1918-2009), auténtico pionero de la vitivinicultura argentina moderna. Poseedor de un estilo reconocido
internacionalmente, supo generar vinos de calidad adelantada para su época.
Comenzó su carrera profesional a principios de los años cincuenta como técnico
de las acreditadas bodegas Orfila y Finca
Flichman. Posteriormente, luego de una breve gestión en la actividad pública
(fue Ministro de Agricultura de la provincia de La Rioja), arribó con toda su
sapiencia a la gran bodega Arizu, la misma que conocieron varias generaciones
de argentinos a través de la célebre marca homónima y también de Cruz del Sur, Casa de Piedra, Cuesta del Parral, Valroy y un largo etcétera. Precisamente, Consumos del Ayer tuvo el enorme privilegio de probar tres añejos ejemplares elaborados por este
insigne hacedor de vinos en aquel portentoso establecimiento situado en Godoy
Cruz, muy cerca del centro de la ciudad de Mendoza (1)
Pero antes de profundizar en la degustación propiamente
dicha, veamos algo sobre esta gran empresa vitivinícola desparecida hace ya
treinta años. Fundada en 1888 por los
hermanos españoles navarros Balbino, Sotelo y Clemente Arizu, pasó a tener el
crecimiento vertiginoso en muy poco tiempo, al igual que sus similares del siglo XIX tardío. Promediando el decenio del veinte (2) contaba con 1.868 hectáreas
de viñedos distribuidos en amplias fincas según el siguiente detalle: Chachingo
(Maipú, 165 has), La Perla (Luján, 341 has), Las Palmas (Luján, 149 has) y
Villa Atuel (759 has), además de numerosos productores asociados sumando otras
454 hectáreas. Al finalizar la década del sesenta, su espectro de marcas incluía vinos
comunes, finos, licorosos y espumantes muy difundidos y apreciados entre la
población. La siguiente es una foto del establecimiento de Villa Atuel en la
que se observa parte del gigantesco
viñedo de más de 1500 hectáreas, calificado en su época como “el mayor del
mundo”.
Allá por 1995, el destino hizo que el autor de estas líneas
encontrara y adquiriera un lote completo de diez antiguas botellas de Jerez Don Balbino y un solitario espécimen de Oporto Viejo Juez. Es decir, etiquetas bien tradicionales de la firma que
nos ocupa durante casi cincuenta años. Pero no todo terminó allí, ya que hace
poco se sumó otra botella del Oporto Viejo Juez, propiedad de Joaquín Alberdi, fundador y titular de la prestigiosa
vinoteca JA! en el barrio porteño de
Palermo. Fue así que nos pusimos de acuerdo para abrir tales tesoros en ocasión
de una cena con amigos y dejar testimonio de ello. Como sabíamos de antemano, los
ejemplares a catar pertenecían a los años de gestión enológica de Raúl de la
Mota y eran los siguientes: un jerez Don
Balbino datado aproximadamente en 1975, un oporto Viejo Juez de la misma época, y otro oporto Viejo Juez algunos años anterior,
posiblemente de fines de los sesenta, tal vez de 1968 (3). En base a eso y para
simplificar la reseña, me referiré a partir de ahora a los dos oportos como Viejo Juez 75 y Viejo Juez 68. La memorable ocasión fue experimentada por el susodicho
dueño de casa, por el que suscribe y por los siguientes y fervientes amantes
del vino: Sebastián Nazábal (autor de las tomas fotográficas de la cata), Alejo
Berraz, Jorge Martínez, Enrique Devito, Marcelo Murano y Antonio Fernández.
La apertura no fue nada fácil. Tanto el Don Balbino como el Viejo
Juez 75 tenían sus corchos muy pegados al borde interno de las botellas y
se desmenuzaron apenas intentamos removerlos. No ocurrió lo mismo con el Viejo Juez 68, cuyo tapón logró salir
sin mayores contrariedades. Para librar a los dos prototipos “accidentados” de sus
molestas borras corcheras realizamos el servicio pasándolos a través del
efectivo filtro decantador, gracias al cual aterrizaron en los receptáculos asignados
con un perfecto estado de limpidez y oxigenación. Luego, tal cual se puede
apreciar en la imagen correspondiente, las tres hileras de copas mostraban notorias diferencias cromáticas no carentes de
cierta lógica: un amarillo ámbar intenso para el Don Balbino, un dorado luminoso de profundidad media para el Viejo Juez 75 y un dorado bien acentuado
para el Viejo Juez 68. En la etapa
del aroma y el sabor apreciamos al Jerez
Don Balbino inmerso en un perfil de producto seco, levemente punzante (como
suelen ser los de su tipo), rico, con cuerpo, bien al estilo tan difundido en
la época y muy adecuado para acompañar un buen jamón crudo. Al llegar a los
oportos, las diferencias en el color fueron confirmadas por el resto de los
sentidos: dulzor menos acentuado para el Viejo
Juez 75, que contenía tonos a miel,
pasas, confituras y madera tostada. Más meloso resultó el Viejo Juez 68, con notas de caramelo y frutas desecadas culminando
en un gusto opulento, prolongado, glotón en
términos de azúcar residual pero sin defectos. En otras palabras, nos dimos el
lujo histórico de ver, oler y gustar tres modelos de la antigua industria
vitivinícola nativa pletóricos de sensaciones placenteras luego de casi
cincuenta años de sueño al abrigo del vidrio.
Tanto Don Balbino Arizu, el bodeguero incansable, como Don
Raúl de la Mota, el enólogo preclaro, se habrían sentido orgullosos del fruto
de su trabajo si hubieran estado con nosotros (y en cierta manera, allí estaban). Para terminar reproducimos el texto
plasmado en la contraetiqueta del Viejo
Juez 75, quizás una redacción del mismo Don Raúl, que transmite de manera
brillantemente sintética lo que hemos
querido verter aquí. Dice así: tonalidad
rubí topacio, afelpado paladar, excepcional bouquet. Todo ello es producto de
su tradicional y paciente elaboración, que culmina con un largo añejamiento en
pipas de roble, las que forman parte de nuestras bodegas desde hace casi un
siglo.
Notas:
(1) Como señalamos
más adelante, Arizu poseía también un extenso viñedo y una gran planta de elaboración
en Villa Atuel, pero tenemos la certeza de que tanto el jerez como el oporto de
la casa eran vinificados, estacionados y fraccionados íntegramente en la planta de Godoy Cruz. La fuente de esa información no es otra que el minucioso recuerdo
de Don Raúl, con quien tuve la
oportunidad de charlar dos veces, una de ellas en su domicilio mendocino, grabador y cuaderno de
notas mediante.
(2) En 2012 fue
descubierta una cinta muda de 38 minutos
referida a la bodega Arizu, rodada en el año 1925. Hasta el día de hoy se la
considera el testimonio fílmico más antiguo sobre la vitivinicultura nacional.
Mayores datos sobre el tema en el siguiente link: http://www.diasdehistoria.com.ar/content/hallaron-la-pel%C3%ADcula-m%C3%A1s-antigua-de-la-vitivinicultura
(3) Para
determinarlo con el mayor grado de certeza posible -como de costumbre- nos
basamos en múltiples recursos: datos de las etiquetas, algunos datos legibles
en los restos de las estampillas fiscales, datos obtenidos de fuentes externas,
etcétera.